sábado, 6 de octubre de 2012

Siempre la Casa infinita


Siempre la casa infinita                                             A la Tapiola

 

Siempre
  creí haber vivido en la misma casa,
 en el jardín de allende,
 con la única noche,
y el concierto territorial
  que demarcan los instintos
 de los grillos viejos, agrandados
 por su meditar en el anochecer.

 Recuerdo haber  repasado
 junto a ellos,
 lecturas meticulosas
 de las hojas limpias e iluminadas
 por la esbelta luna que amarillea las palmeras.

 Desembocan
hacia la montaña revestida
 por un lirismo de  árboles verdosos
 que dan los tonos del arpa remota de su boscaje.

De esa montaña
  resuena en mí su manantial,
 un eco suave en la noche
 transmontada del rito habitado.

 La boca y ojales
 de las narices de los caballos sedientos
 al detener su galope,
 para sorber de él y contener su agotamiento,
 y así reanudar su paso
 con el cuello alzado.

 Libélulas se alzan armoniosamente
  y pausadas dialogan
 con su vuelo
 de monólogos elegantes,
 tejiendo siluetas,
 armando aviones y juguetes imaginarios.

 Mariposas nocturnas
 se apostan
 como prendedores
 sobre  faroles y troncos,
 junto a las ranas
insinuantes de dolencias y alegrías.

 Una de ellas repetía
 un cuento,
 cuando se posaba
 alguna ave de cierto tamaño
 en el ramaje.

 Recuerdo que canturreaba
una tonada de escala espaciada
 como si temblara
 ante su presencia,
y necesitase
 cortejarla
para hacerla suya;
 le daba una bienvenida azul.

 Era amoroso su canto,
 algo escondido
 y las aves le respondían
 con un silencio misterioso.

 Ella podía calmarse,
 deleitarse en paz
 y devolver su tono rítmico
 al craquear en la noche.

 En esos árboles quedaron
 las ardillas trepadas a los refugios,
 tenían ojos temerosos y ágiles.

 Acompañadas de búhos
 con sus esculturales quietudes
 de relojes de plaza
 y una exactitud métrica en su espejo.


 Siempre  creí,
  haber vivido
 en la misma casa infinita
 de puertas y una serie en mi memoria.

 Me produce dulzura, goce,
 y estas tallan bajo las paredes su universo.

 Me acuestan cerca,
 muy cerca de quien yo creo ser
 y oyen el murmurar del manantial,
 brotar con tonalidades bíblicos
 desde lo más profundo de una tierra
 en la cual me hice hombre.

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