domingo, 7 de octubre de 2012
sábado, 6 de octubre de 2012
Siempre la Casa Infinita I
I
En el ápice del alarido,
el
alma se rasga en infinita
eyaculación
Cesar
Dávila Andrade
Creía
que la casa
estaba
dentro de mí.
Buscaba,
un
refugio
ante
tanto asombro y desnudez
Esos
números indescifrables
y
hermosos, contagian
apegan
con su calidez
por
ellos se evocan distancias infinitas.
Y mi
tiempo,
lo que creí haber hecho
eran
simples recuerdos en un marasmo del alma.
La
casa,
mi
yo,
mi
silencio
y
la ternura.
Eran
sus paredes,
rayadas
de cuentos,
ecos de animales imaginarios,
fantasmas
y regocijos.
Impresos los
versos de las noches en la sala,
calcan la bóveda semi desnuda,
entre helechos,
un
hermoso cuadro de sombras y luces
presencias
e historias.
Me llenaron,
como
una aventura del ojo,
que
se entreabre,
para
distanciarse de su mirada y
busca
en las rendijas.
Los
caminos vagan,
se
soportan sobre sí, solos,
y
no necesitan que los vean para existir.
A su
lado permanecía aquel de quien yo creía ser.
Números,
abstracciones,
elipsis inconclusas
que no me explican mucho.
Me llenan de
abundancias, inexactas elucidaciones,
de una mezcla de magia y tragedia.
Me sacan del
infinito,
del circo imaginario con sus jirafas y los
acróbatas más altos
colgados de su mirar
hilan mi infancia y,
la desnudez de la
noche bajo su carpa agolpa.
Cuando ya había
completado la imagen
alguien asoma que
había dejado por fuera un cero
y nada más sacro que
el temblor
el escrutar. Ir al
inicio
de dónde lo tomé.
Que más preciso e
inexacto
oscuro y limpio
el mundo con sus series de números,
desconocidas,
habitadas de astros y
cajas
con una luz rosada naranja.
¿ Adónde ubico
aquella hermosa figura- la madre del tiempo
de labios delgados
y manos de arcillas?
¿ En cuál de tantos
números
su boca seguirá
siendo un altar de sueños?
Y no hay quien diga acerca de su olor a soledad.
Pero, si el cero no
añade, ni quita.
Ya no es igual; su
quietud,
el silencio viene de
ahí
de dos labios que se
equilibran
en desalojo con una sonrisa dubitativa,
de un origen sin
memoria
Ahora soy,
más que un escrutador de algebras,
escondidas tras la
arritmia del alma
gotea parca
con elementales
nostalgias.
Que no llegue a ver
su arquitectura,
a desatar el torrente
de una mirada,
la geometría
del cuarzo
con hipérbole de la
noche.
¿Y quién entonces nos
soporta cuando nada ha empezado?
El cero nos inicia aunque duela
Siempre la Casa infinita
Siempre la casa infinita A la Tapiola
Siempre
creí haber vivido en la misma casa,
en el jardín de allende,
con la única noche,
y
el concierto territorial
que demarcan los instintos
de los grillos viejos, agrandados
por su meditar en el anochecer.
Recuerdo haber
repasado
junto a ellos,
lecturas meticulosas
de las hojas limpias e iluminadas
por la esbelta luna que amarillea las
palmeras.
Desembocan
hacia la montaña revestida
por un lirismo de árboles verdosos
que dan los tonos del arpa remota de su
boscaje.
De
esa montaña
resuena en mí su manantial,
un eco suave en la noche
transmontada del rito habitado.
La boca y ojales
de las narices de los caballos sedientos
al detener su galope,
para sorber de él y contener su agotamiento,
y así reanudar su paso
con el cuello alzado.
Libélulas se alzan armoniosamente
y pausadas dialogan
con su vuelo
de monólogos elegantes,
tejiendo siluetas,
armando aviones y juguetes imaginarios.
Mariposas nocturnas
se apostan
como prendedores
sobre faroles y troncos,
junto a las ranas
insinuantes de dolencias y alegrías.
Una de ellas repetía
un cuento,
cuando se posaba
alguna ave de cierto tamaño
en el ramaje.
Recuerdo que canturreaba
una tonada de escala espaciada
como si temblara
ante su presencia,
y necesitase
cortejarla
para
hacerla suya;
le daba una bienvenida azul.
Era amoroso su canto,
algo escondido
y las aves le respondían
con un silencio misterioso.
Ella podía calmarse,
deleitarse en paz
y devolver su tono rítmico
al craquear en la noche.
En esos árboles quedaron
las ardillas trepadas a los refugios,
tenían ojos temerosos y ágiles.
Acompañadas de búhos
con sus esculturales quietudes
de relojes de plaza
y una exactitud métrica en su espejo.
Siempre creí,
haber vivido
en la misma casa infinita
de puertas y una serie en mi memoria.
Me produce dulzura, goce,
y estas tallan bajo las paredes su universo.
Me acuestan cerca,
muy cerca de quien yo creo ser
y oyen el murmurar del manantial,
brotar con tonalidades bíblicos
desde lo más profundo de una tierra
en la cual me hice hombre.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)